Hola, ¿cómo están?
Hace dos semanas estuvieron de visita mis papás, ellos no viven en Chile y los veo una vez al año, a veces 2.
Antes viajaba seguido, con «antes» me refiero a cuando era yo sola. Desde que creció mi familia he ido sólo 1 vez, ya que la logística para movernos los 4 es un poco más complicada.
Pese a que vivo hace 13 años en Santiago, la dinámica de extrañar ha ido variando. Cuando recién llegué me daba mucha pena, después de 2 años ya no se me apretaba tanto el corazón y me sentía feliz de ir a verlos seguido. Ya cuando llevaba 5 años el acento me cambió (sigo hablando raro, pero más tirado al chileno poh) la verdad es que SIEMPRE hablé con acento, al tener padres extranjeros se me pegaban palabras/modismos o formas de expresarme. Esto me significaba burlas de compañeros que iban a mi casa a hacer trabajos, o que me preguntaran de dónde era.
Cuando entré al mundo laboral, debí cambiarlo. Hay gente que no nos hace la vida fácil y se cuelgan DE LO QUE SEA para criticar o hacernos sentir fuera de lugar. Recuerdo que siempre me expresaba con el VOS, hasta que una jefa me llamó la atención por ser tan «maleducada». Desde ese entonces, me fui forzando a chilenizarme para no tener más problemas.
¿Por qué les cuento esto? bueno, es parte de lo que quiero explicar a continuación: Vivir lejos de la familia es difícil, uno se va acostumbrando e inevitablemente cambia. Vamos mutando, creciendo. Lo que nunca imaginé fue que todo lo que iba funcionando muy bien cambiara TANTO al ser mamá.
Ya después de 10 años viviendo lejos, tuve a mis hijas rodeadas de muchísimo amor de su familia paterna, además de parte de la materna (logré unirme mucho a mis primas y tías). El click me hizo cuando mis papás se tuvieron que ir.
Ellos habían venido por unas semanas para estar cuando nacieran y además acompañarme unos días después. Tras esto, las venidas se hicieron más frecuentes en mi papá, quien tenía una mayor flexibilidad para viajar, y esto también permitió que algo que tenía dormido de «hija» se despertara nuevamente.
Hace poco mis hijas estuvieron de cumpleaños. Amo celebrarles e invitar a quienes son parte de esta red de amor que han generado. No faltó persona, estuvieron todos e incluso llegaron mis papás. Nuevamente pasamos una semana intensa con los abuelos, tratar de vernos lo más posible y jugar, cantar, reír. Todo iba perfecto hasta que claro, se fueron.
Por primera vez en años lloré largo y tendido en todo el camino del aeropuerto a mi casa. No quise hacerlo despidiéndome porque sabía que mi mamá no se iba a poder contener, y la verdad es que no quería que sintieran que me quedaba triste por su partida o que algo no estaba bien. El llanto fue porque me di cuenta que ellos no pueden ser parte de sus nietas como me gustaría que lo fueran.
Veo como mis hijas aman y adoran a sus primos, tíos y abuelos de aquí. Pero no puedo ver lo mismo con mi parte de la familia, y es eso lo que me aprieta el corazón. Con la tecnología que existe para hacer videollamadas y demases, claro, quizá si pueden tener un rostro reconocible, pero no es la misma interacción que tienen con los de carne y hueso que viven el día a día.
Cuando era chica, yo no podía disfrutar de primos, tíos ni abuelos, y hoy veo cómo mis hijas SI lo hacen. Eso para mi es lo más hermoso que existe, y saber que no puede ser con los que están lejos me parte el alma.
Lloré porque quería que ellos las vivieran y disfrutaran más, y yo también poder tenerlos a mi lado en esta nueva etapa. Me siento completamente amada y contenida aquí, pero esa sensación de estar lejos volvió y me dio unas cachetadas de realidad al despedirme de ellos.
Queridas mamás que tienen lejos a su familia: les deseo de todo corazón que tengan la misma red de contención y apoyo que tengo yo con la familia paterna de mis niñas. Ya sean amistades recién formadas, o familiares, es importantísimo contar con ella.
Cuando la familia crece, todo cambia, los sentimientos que antes eran claros con respecto al vivir lejos también. Una se enreda, se cuestiona, pero después se vuelve a aclarar y sigue adelante.
Con todo lo que está pasando en este mundo, la cantidad de mamás lejos de sus familias es IMPORTANTE. Les mando un abrazo gigante y apretado a todas. Sé que es difícil, que aprieta el corazón a veces, pero también trae muchas alegrías cuando por fin se logra reunir a las partes.
Todo lo que en algún momento estuvo mal, se arregla. Todas las relaciones que estaban algo quebradizas, se van sanando. Empezamos a entender que no vale la pena mantener algunas posturas, estar enojadas, porque la distancia hace que cada segundo que nos volvamos a reunir con estar personas vale oro, y no sirve de nada perderlo arreglando cuentas. Cuando nos volvemos a encontrar sólo hay espacio para amor y más amor.
Si conoces a una mamá que vive lejos de su familia, dale un abrazo. Por más años que pasen, siempre hay nostalgia. Son pasos difíciles que se dan pero siempre pensando en un futuro mejor.
Quizás es una mamá que está lejos y no cuenta con una gran red de apoyo, y eso sí que es difícil. Necesitar de consejos, ayuda de manos extras, que la apapachen sintiéndose niña de nuevo (aunque sea por unos segundos) sentir la libertad de una ducha larga porque la están ayudando a ver a su peque, no sé… si al ser mamá a una le saltan miles de dudas, imaginen a una mamá que no tiene a su familia para poder expresarse. Es difícil.
Además, existen los momentos en los que ocurren eventos que desearía poder estar al lado de los que están lejos, ya sean felices o tristes. Y una reflexiona y medita, da vueltas con algo de pena y culpa por no poder estar. Esta semana tuve de ambos casos y lloré otro poco porque tengo abrazos no entregados que realmente se sintieron necesarios. La tecnología no pudo remediarlo.
Para terminar, este mensaje más personal a quienes son parte de mi círculo: Ustedes hacen que me sienta en casa…perdón, mejor dicho: Ustedes son quienes hacen que esta SEA mi casa. Gracias por estar ahí, gracias por su amistad, cariño y amor. No se imaginan lo importante que son, espero que lo sepan ❤
Abrazos y gracias por pasar a leer.